miércoles, 13 de mayo de 2009

El frío modifica la trayectoria de los peces




Empiezo este blog con una historia sencillamente optimista; un libro de los que te dejan buen sabor de boca; y unos personajes tan entrañables y cercanos como si fueran tus propios vecinos. El frío modifica la trayectoria de los peces es una novelita sin grandes pretensiones, un soplo de aire fresco, que consigue su propósito: una lectura agradable, fácil y sin complicaciones que te hace cómplice de la visión inocente de un niño de once años.


Una ciudad tan atípica como Québec sirve de escenario para un relato tan tierno que, la mera cuestión de leer, te hace sentir bien y nos recuerda que, a veces, las situaciones inesperadas hacen que lo veamos todo diferente.

La verdad es que no había oído nada acerca de este libro, pero este Sant Jordi, buscando un libro para mi chico, me llamó la atención tanto su portada como su extraño título. Y tengo que decir que me apetecía leer una historia como ésta.

Para ir abriendo boca, aquí tenéis el primer párrafo del libro.
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“En Montreal, en ningún sitio y en todas partes. Jueves, 25 de diciembre de 1997.



Qué deprisa pasa la Navidad


—¡Espera un poco más! Tu padre aún está durmiendo.


El reloj marcaba las nueve y diecinueve. Fui a sentarme otra vez en la cama. Llevaba ya dos horas despierto, esperando en mi habitación. Es una tradición familiar.Todos los años papá ordena que yo no aparezca hasta que Papá Noel haya pasado. ¡Y eso que tengo once años y que hace ya cinco que no creo en esas historias!
Lo de los cinco años es un secreto; para mis padres hace solo cuatro.
Tenía seis años y medio cuando Alex, mi único amigo, me dio la triste noticia con una amplia sonrisa. De repente sentí que perdía pie en un mundo donde todo tenía una explicación. Para olvidar mi decepción, en la escuela hice lo mismo que Alex. Me dediqué a convencer a los más pequeños de que Papá Noel era un invento de los padres. En casa intenté con algunas indirectas que mis padres entendieran que ya era hora de que dejaran de decirme que si no me portaba bien Papá Noel no me traería nada. Pero cuando vi la mirada de pánico que mi madre lanzó a mi padre, lo dejé correr. No quería que se pusieran tristes. A veces hay que mentir a los padres para que estén contentos.


—Papá Noel debe de ser muy fuerte, porque normalmente un coche eléctrico de un metro de largo no pasa por una chimenea, ¿no?


El agosto siguiente, en nuestro chalet, mientras estaba pescando con mi padre, me quedé un buen rato mirando fijamente el agua.


—¡Ya no creo en Papá Noel!


Se giró hacia mí, yo hice lo mismo. Me miró un instante con una sonrisa de resignación, y luego volvió a poner cebo en mi caña.


—Así es la vida.”

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