sábado, 22 de mayo de 2010

El Auster más formal


Uno de los ejercicios básicos en los talleres literarios se basa en construir una narración cualquiera y rehacerla desde distintos puntos de vista. Tomar una historia, sea la que sea, y pasarla por el filtro de varios géneros o cambiarla de tiempo verbal y de persona… son ejercicios útiles para que un escritor aprenda las sutiles variaciones de registro. Y precisamente la novela de Paul Auster ‘Invisible’ tiene mucho de clase magistral.

Pero a pesar de la riqueza del estilo, esta nueva novela de Auster me ha defraudado. Quizás me maravilló sobremanera con su “Libro de las ilusiones” y todas sus novelas las comparo con esa pequeña maravilla. Pero en cualquier caso, “Invisible” es una historia que no voy a recomendar enérgicamente.

La historia arranca en un lugar conocido. Adam Walker, estudiante en la universidad de Columbia (como el autor), que tiene veinte años en 1967 (también como el autor) y aspirante a poeta (mucha coincidencia con el autor, ¿no?) conoce una noche, en una fiesta de estudiantes, a una misteriosa pareja: el francés Rudolf Born y su novia Margot. Hasta aquí todo respira una brisa bohemia, más bien predecible y con poco ritmo. Pero todo cambia al pasar de capítulo.

No voy a desvelar nada más, poque creo que ya he dicho suficiente y si algo tengo que admitir, es que es una novela de la que aprender, no por su contenido, si no por su forma. Así que, amigos lectores, al que le apetezca leerse un buen ejercicio literario, puede escoger “Invisible”. A quién le apetezca una buena historia, le recomiendo que ésta no sea una de sus opciones.

Primer párrafo de “Invisible” de Paul Auster:



Le estreché la mano por primera vez en la primavera de 1967. Por entonces yo era un estudiante de segundo curso en Columbia, un muchacho sin formar con ansia de libros y la creencia (o ilusión) de que algún día tendría las suficientes cualidades para considerarme poeta, y como leía poemas, ya conocía a su tocayo del infierno de Dante, un muerto que iba arrastrando los pies por los últimos versos del canto veintiocho del Inferno.

viernes, 14 de mayo de 2010

Esta novela me tiene mosca...


(Y quién se la lea, entenderá este título)

Mucho se ha hablado de la novela negra que últimamente nos llega de los países nórdicos. Pero, más allá de esta tendencia que se ha convertido en moda, existen otros autores que sobresalen en este género.

¿Cuál sería el resultado de juntar a James Patterson con Patricia Cornwell? Indiscutiblemente sería Simon Beckett, un británico nacido en 1968, que después de visitar el Centro de Antropología Forense de Tenessee (también conocido como la Granja de Cuerpos) decidió crear al protagonista de esta novela: David Hunter.

Se trata de una novela británica, y se nota porque los personajes y ambientes están bien tratados. La acción trancurre en Manham, un pequeño pueblecito que no acepta forasteros y desconfía de ellos; pero que al final, se verá obligado a desconfiar de sus propios vecinos. Así, la sospecha y el miedo crece en cada casa, con la siempre triste esperanza de que el autor de las atrocidades sea un forastero.

Todos los personajes, desde los protagonistas hasta los secundarios, se perfilan sin adornos, con apuntes y leves insinuaciones que señalan que todos y cada uno de los que aparecen en la historia poseen algún tipo de secreto inconfesable. Así, todo el elenco despierta sentimientos en el lector: de aceptación, rechazo, compasión... pero desde luego, ninguno deja indiferente.

La historia está escrita con pulso firme e inmisericorde, ubicada en un paraje aislado, donde la intensidad del argumento va in crescendo. Sólo diría que hay “un pero” (en mi caso), y es que no me sorprendió el final: yo adiviné quién era el/la asesino/a. Así pues, lo que hasta ese momento era una espiral perfecta de acontecimientos que apuntaba a un desenlace sorprendente, no lo fue del todo. ¡Una lástima!

Pero aún así, crero que a mucha gente le sorprenderá este libro, uno de los que más me han quitado el sueño últimamente. Así que, La Química de la Muerte resulta un libro más que recomendable que seguro me llevará a buscar más obras de Beckett.

¡AVISO! Hay descripciones que no son aptas para estómagos sensibles. Ahí queda eso…

"El cuerpo humano empieza a descomponerse cuatro minutos después de la muerte. Lo que hasta entonces era un recipiente de vida atraviesa su última metamorfosis fagocitándose a sí mismo. Las células se disuelven."

martes, 4 de mayo de 2010

Cumbres borrascosas (bonito eufemismo...)


¡Ríete tú de los culebrones! Si creéis que sus protagonistas son malos es que no habéis leído esta historia ni habéis oído hablar de Heathcliff. Relaciones enfermizas de amor-odio aderezadas con grandes dosis de locura y sed de venganza son los ingredientes básicos de esta novela clásica de la literatura inglesa.

A lo largo de dos generaciones, cuyos nexos comunes serán dos personajes (el perverso Heathcliff y la observadora sirvienta y narradora de la historia, Nelly Dean), descubrimos el pasado y el presente de los personajes, en versiones distintas de sí mismos.

Cumbres Borrascosas es una complicada tragedia en la que se cuenta una historia tan dramática que las pasiones de los protagonistas principales te consiguen turbar como pocas, y el sentimiento de maldad que recorre todo el libro es tan verdadero, indómito y poderoso que la catarsis que sufres con alguno de sus personajes llega incluso a aparecer mientras duermes.

Parece mentira que Emily Brontë, una mujer a la que se le atribuye una existencia más bien apacible junto a sus hermanas, pudiera crear una historia sobre el amor, la pasión y las consecuencias que pueden tener sobre las vidas de las personas que los padecen, guiados por unos instintos tan desatados y desgarradores que no parecen emociones humanas.

Sin duda alguna, Cumbres Borrascosas constituye una de las obras maestras de la literatura. Más que una historia de amor, es la crónica de una dependencia vivida hasta la desesperación, un fuego interno que devora todo aquello que toca y que no deja a salvo ni a amantes ni a allegados.

Para ir preparando el espíritu para una lectura tan feroz, he aquí las primeras líneas:


Acabo de llegar de una visita al dueño de mi casa, el solitario vecino con el que voy a tener que lidiar. Es ésta en verdad una hermosa región, no creo que me hubiera podido fijar en toda Inglaterra en un paraje tan del todo apartado del mundanal ruido; es un perfecto paraíso para misántropos, y el señor Heathcliff y yo una pareja ideal para compartir esta desolación entre los dos.