Una novela tan sobria como prescindible. Un lenguaje tan conciso y directo que no ha lugar a adornos o florituras. Una historia que, a mi parecer, pasa de puntillas por un tema del que, probable y lastimablemente, ya se ha escrito demasiado: el horror del nazismo. ¿La sensación que me ha dejado a mí “El lector”? Indiferencia.
De todas maneras, si algún valiente decide hacer una inmersión por esta novela, he aquí el primer párrafo del primer capítulo para ir abriendo boca.
“A los quince años tuve hepatitis. La enfermedad empezó en otoño y acabó en primavera. Cuanto más fríos y oscuros se hacían los días, más débil me encontraba. Pero con el año nuevo las cosas cambiaron. El mes de enero fue templado, hasta el punto de que mi madre me instaló la cama en el balcón. Veía el cielo, el sol y las nubes, y oía a los niños jugar en el patio. Una tarde de febrero oí cantar un mirlo.”